viernes, 17 de julio de 2009

jueves, 22 de enero de 2009

NICARAGUA

VIAJE DESDE COSTA RICA A NICARAGUA
NdeA: Las fotos no están buenas, son parte de la depresión fotográfica que aún me sigue afectando :(

Aunque alrededor de 300 kilómetros separan a San José de Costa Rica de Granada (Nicaragua), el viaje se hizo eterno. Salí al mediodía y llegué casi a medianoche. El camino es bastante sinuoso y recorre laderas frondosas. El problema de viajar de noche por Centroamérica es que las rutas están en muy mal estado y no están iluminadas. Quizás por ese motivo casi no había movimiento en el cruce de frontera.


En mi bus la mitad eran extranjeros, y eso se notó cuando llegamos a la frontera y varios, entre l@s que me incluyo, se negaron a entregar su pasaporte a un señor que los estaba recolectando en una bolsa de supermercado, del lado costarricense, para realizar los trámites en el cruce a Nicaragua. Resultó ser que “el hombre de la bolsa”, como lo apodé más tarde, sin darle razones a nadie se terminó llevando todos los pasaportes y el dinero del impuesto de frontera de todo el bus. Ante la incertidumbre me puse a hablar con un costarricense, a quien le bromeaba sobre el poco dinero que obtendrían por vender nuestros pasaportes en comparación con los de los europeos que viajaban con nosotros. En esos momentos, los humanos tendemos a hacer aliados. Al pasar de un lado a otro, fumigaron el bus con una cortina de veneno líquido (¿?). Cuando bajamos en el puesto de frontera nicaragüense la humedad y el calor eran los primeros indicios de que había llegado a la real Centroamérica.


Mientras se demoraban los trámites me puse a hablar con algunas personas que también viajaban conmigo. Un estadounidense, además de recalcar la extrañeza sobre el proceder de los trámites de frontera, me señaló que no era usual ver viajar a una mujer sola por Nicaragua. Este comentario que parece una acotación al margen después se transformaría en renglón, digamos. Amén de eso, minutos después, me tranquilizó bastante confirmar por una señora nicaragüense que delegarle todo al “hombre se la bolsa” era una práctica habitual.

Mientras estábamos ahí llegó la comida en una fuente de plástico celeste. Era lo típico: arroz, carne/pollo, plátano frito, y ensalada; estos ingredientes venían en bolsitas separadas, en las que después una señora metía sus manos para preparar los platos combinados. Después de dudar un rato y ver que no usaba guantes, decidí cenar una bolsita de plátanos fritos, por las dudas. En ese ínterin vi pasar cuatro pasaportes que iban en las manos de un agente migratorio y rebotaban de una oficina a otra, entre los cuales advertí un mapita del MERCOSUR en la contratapa de uno de ellos, y supe que era el mío, ya que era la única argentina y sudamericana en ese Ticabus. Para ingresar tanto a Costa Rica como a Nicaragua se necesitan seis meses de vigencia del pasaporte y yo tenía sólo tres. Acto seguido, se llevaron a tres personas de ojos rasgados por “irregularidades” migratorias. Un rato después se me acercó el ya mítico “hombre de la bolsa”, quien me indicó que no cumplía las disposiciones migratorias, a lo que contesté “sí, ya sé”, y me retrucó “es probable que la hagan regresar a Costa Rica” y me indicó que debía acompañarlo “hacia allá”, señalando unos camiones estacionados (en realidad se quiso referir a una de las oficinas migratorias que estaba detrás de éstos, pero que recién vi días después, tras volver a la misma frontera con luz de día). Pensando que quería una coima, y con un principio de ira interna, le aclaré que si tenía que volver, volvía “sin ningún problema” pero que me digan “de una, por sí o no” si me dejaban entrar a Nicaragua. Estupefacto el señor me aconsejó que si me preguntaban algo dijera que estaría por pocos días, cosa que era cierta. No me preguntaron nada. En perspectiva, mi enojo -que podía cerrar los campos de posibilidades de negociación- se fundó en que, al tener una noción de las cuestiones migratorias, experimentar las mismas restricciones que estudio en carne propia, es muy fuerte y se ve que no lo procesé bien.

Cuando comenzó a llover, numerosas personas del bus pedían que deportaran a los que no estaban “en regla”, incluido el grupo de gente con el que estaba conversando, quienes después de un rato de despotricar contra los “otros”, me pidieron opinión y les dije que yo también era una potencial “deportada”, a lo que una señora me contestó “bueno, a usted no, claro, pero que a los demás si no cumplen que los deporten”. Llegaron los pasaportes y como en un sorteo iban pasando los “aceptados” dentro del bus. Lamentablemente, yo pasé pero los orientales se quedaron.

Llegamos a Granada, como a media noche. Lo sorprendente es que no se veía a nadie por la calle. Bajamos casi la mayoría de extranjeros. Pese a que había averiguado que mi hostel quedaba a cuatro cuadras de allí, y advertir que la recta que me separaba del mismo estaba sombríamente iluminada, lo pensé dos veces. Otro detalle fue que me había quedado sin cambio de dólares en billetes pequeños, ya que en ningún país aceptan billetes de USD100, porque temen que sean falsos. Como los taxis en Nicaragua son compartidos, cuando ya casi todos se habían ido, quedaba sólo uno que tocaba bocina estrepitosamente, el chico que estaba dentro como único pasajero ofreció compartir el taxi, a tres personas que quedábamos, cuestión que no hubiese aceptado a no ser por el sombrío panorama que veía. Eso mismo deben haber sentido dos chicos alemanes que estaban en la duda. Unidos en manada, cuatro extranjeros desconocidos nos fuimos hacia un hostal también desconocido, pero donde seguro habría por lo menos gente.

El hostal estaba a una cuadra de la plaza principal, buena ubicación, la habitación costaba USD14, buen precio, pero no todo era bueno, por supuesto. Era una antigua casa de techos altos con patios interiores, grandes reposeras de caña, atosigado de plantas, y salida de un libro de García Márquez. Las habitaciones eran bastante precarias, sucias, y en la mía –por supuesto que en la mía- no andaba bien ni el lavamanos, ni el inodoro, por no mencionar que la ducha eléctrica -porque en toda Centroamérica se usan - me dio una pequeña patadita eléctrica. Si tienen curiosidad, de la bronca que tenía adrede no tomé fotos sólo para no recordarlo. A la mañana siguiente se me inundó el cuarto con agua del inodoro, así que siendo las 7AM decidí que no aguantaba más. Sin embargo, tuve que esperar hasta las 8:30AM a que abriesen los bancos para cambiar dólares por córdobas para pagar el Hostal, ya que quise pagar con tarjeta de crédito, pero primero no funcionaba la máquina y luego no aceptaban American Express (¿?). El dueño, un personaje de bigotes derramados y excedido en peso, como un Obelix pero con camisa guayabera, aunque bastante descortés dejó que vaya y vuelva al banco, y así lo hice (me tendría que hacer ido sin pagar, no?).



Después de recorrer un poco el pueblo, y embelesarme con su aspecto colonial, encontré el hostel donde iba a quedarme originalmente. Se veía bastante bien por USD7, pero es la segunda vez en mis viajes que tocó estar sola en una habitación para diez personas.


Fui al mercado en busca de algo de ropa para evitar lavar la poca que llevaba, pero me sorprendió ver que en un país donde existen numerosas maquilas, las remeras sencillas de algodón eran igual o más costosas que en BSAS.


Por la tarde conocí el lago que bordea Granada. El camino fue ornamentalmente decreciente, de recorrer la colorida calle principal a un paisaje urbano inhóspito. Existía la opción de cruzar hacia unas islas que hay en frente, pero no me animé a cruzar sola en una barcaza, sobretodo porque si del lado de la costanera granadina a las 3PM era la desolación total, no quería encontrarme con el mismo panorama del otro lado. En Nicaragua, en general, el tipo de acercamiento especialmente de los hombres es un poco temeroso, no existen piropos sino miradas duras que a mí se me hicieron inentendibles en un primer momento. Durante esa larga caminata, me di cuenta que todas las personas que cruzaba eran hombres, algunos desarrollando algún trabajo, pero la mayoría simplemente estaban “por ahí”; a lo que mentalmente contrapuse la imagen de la sobrepoblación de mujeres que había visto por la mañana en el mercado. Ese fue el primer indicio de una escena que se repetiría en todos los pueblos que iba recorriendo.



Al día siguiente, después de haber caminado casi todo Granada y con un dolor muscular tremendo, decidí irme a Managua. Atravesar el camino hacia Managua fue una escalada de propaganda proselitista del gobierno -el segundo- de Daniel Ortega con el FSLN, cuyo impacto se acentuó más por los comentarios de oyentes y locutores que veníamos escuchando en Radio Sandino. No me sentí muy segura para sacar la cámara, ni en el bus de ida, ni en algunos sitios de la ciudad, por lo que me “perdí” muchas imágenes, lamentablemente. La disposición de la ciudad es bastante extraña ya que hay grandes avenidas que se convierten en autopistas y el bus me dejó en una de ellas. En un cruce de dos avenidas, al no ver ninguna calle cerca, me tomé un taxi y, previo preguntarle el precio, me llevó hasta el Palacio Nacional. En este lugar se hizo la toma sandinista en 1979, ya que en ese edificio funcionaba la cámara de senadores. Alrededor de este se agrupan otros edificios de gobierno, además de la antigua catedral, destruida por varios terremotos. El eje de todas estas construcciones es la plaza principal, que es una plaza cívica de tipo socialista, o sea una explanada de cemento donde en el centro se erigía el árbol de navidad “más grande de Centroamérica”, según habían dicho momentos antes en Radio Sandino. Mi interés por visitar el Palacio Nacional era más histórico, como se denota, pero ni siquiera la guía que me asesoró en el mismo -por el módico precio de USD2 de entrada-, quiso hacer referencia a la historia reciente nicaragüense. Tuve que señalarle que la catedral que está al lado del Palacio Nacional tenía unos agujeritos “como balazos”, para lograr una escueta referencia: “Nicaragua es un pueblo que ha sufrido mucho".




Después del paseo y las elipsis políticas en el recorrido del Palacio Nacional, por referencia de la guía me fui a uno de los cuatro mercados, el único considerado “seguro”. Me tomé el bus de línea 123, y tras atravesar 24 paradas arribé al mercado en busca de artesanías, que para mi sorpresa pese a ser originarias de Nicaragua eran más caras que las mismas en Costa Rica. Inentendible. Por suerte, en ese mismo mercado pude tomar un bus para regresar a Granada.

En el viaje pensaba en las preguntas que había recibido a lo largo del día, “¿Donde está su marido?”, “¿Cuántos hijos tiene?”, “¿Con quién está viajando?”, “¿Cuántos dólares gastó?”, “¿Por qué viene a Nicaragua?” o enunciados como “este es un país muy pobre, no hay nada para ver”. Me faltaron días para despejar la curiosidad que me despertaron ese tipo de frases. Lo que sí puedo afirmar es que nunca, como en Nicaragua, sentí tan enfatizada las cuestiones de género.

Por la noche, cuando respondía mail´s de fondo estaba la TV con un discurso de Ortega que anunciaba la inauguración de un camino construido con financiación del Banco Mundial, el gobierno de Vietnam y de Venezuela. Esta mezcla quizás sea ilustrativa de la nueva relación con la cooperación internacional que quiso establecer el gobierno del FSLN. En esos días se hablaba del retiro de buena parte de la cooperación europea y estadounidense presente en Nicaragua, debido a que este país no habría respetado los “principios democráticos”, por el supuesto fraude que se habría realizado en las recientes elecciones municipales. En la calle atribuían el retiro de la cooperación como una represalia al acercamiento de Ortega a Chávez. En fin, como dije me faltó tiempo para poder acercarme a una lectura un poco más certera.

Después de hablar con unos chicos argentinos en el Hostel, decidí partir a San Juan del Sur. Otra vez el tema de las distancias en centroamérica es, justamente, un tema. Aunque está a unos 80 km de Granada, no hay buses directos por lo que hay que combinar el transporte en un pueblo que se llama Rivas. Previsoramente, salí hacia el Mercado a las 10.30 para abordar el bus, que no salió sino hasta las 12.30, cuando estuvo lleno a tope.

San Juan del Sur es un pueblo apacible, muy turístico y lleno de barcos pesqueros. Fue una lástima que el mar me diese alergia. Apenas pise el agua, los pies se me enrojecieron, hincharon y comenzaron a picarme. Es por eso que sólo me dedique a ser una simple espectadora.

Previsoramente regresé a las 16 a la parada para abordar el bus. Como me había sucedido antes, éste no salió hasta una hora y media después, y llegó a Rivas cuando ya era de noche. Tras preguntar a uno de los boleteros que venía en el bus dónde podía abordar el transporte hacia Granada, me confirmó que ya no pasaban a esa hora y debía esperar hasta el otro día. La única manera de irme era haciendo una intrincada combinación, sugerencia que me dí cuenta que era cualquier cosa, lo cual fue confirmado cuando escuché que el chofer le dijo "no seas pato" (no seas "cagador", interpreté). Conclusión: tuve que tomar un taxi que recorrió como 60 km, y como mencioné anteriormente la rutas no tienen luces, me dolieron los 30 UDS, pero bueno fue una medida de fuerza mayor. Por suerte había luz de luna que iluminaba los dos volcanes de la isla de Ometepe que dan al lago de Nicaragua o Cocibolca. Una vez más no pude obtener respuesta del taxista cuando le pregunte sobre el Neosandinismo, esta vez no logré siquiera una palabra sino una onomatopeya.

En resumen, ya mi viaje casi terminaba. Otra vez cruzar la frontera, pero esta vez sin problemas. Es sabido que Costa Rica tiene la mayor afluencia de inmigrantes de la región, de los cuales los nicaragüenses son el primer grupo y los resquemores al respecto se hacen evidentes. La frontera de día es de otro color, abundan los vendedores ambulantes, no faltan los afiches fucsias del FSLN, ni las propagandas sobre remesas dirigidas a los migrantes y, por supuesto, muchísimo movimiento. Me contaron que en la época de fiestas se puede demorar hasta seis horas en cruzarla. Llamativamente salteé la revisión de equipaje. Estaba charlando con dos suizos y cuando nos tocó el turno, el oficial llegó a nosotros tres y nos dijo “ustedes pasen”, después de haber revisado a todos los demás. Lo que se dice “construcción de diferencias” o “imaginarios”.


Ya regresando a Costa Rica y después de sentirme bastante frustrada por no conseguir ninguna respuesta sobre temas políticos, una señora que conocí en el bus que llevaba veinte años en Costa Rica, accedió a conversar al respecto. Fue una conversación super interesante de la que saqué en claro que la guerra civil aún sigue fragmentando las cuestiones político-sociales diarias de Nicaragua. Aunque no pretendí hacer una entrevista en profundidad en las tres horas de bus que restaban, ella me habló de su experiencia política como nicaragüense, su experiencia “positiva” como migrante, sus frustraciones como mujer empresaria y lo insustancial que se había vuelto su matrimonio. Aún así me confesó que quería regresar a su país.

Nicaragua me dejó con más dudas que certezas.